CanoaboenunCuento
  LA ENVIDIA MATA
 
                                                             Pedro mascullaba y blasfemaba, mientras caminaba por la calle. Un hombre se le acercó y le dijo:
_ ¿Por qué maldices y blasfemas contra Dios?
_ Estoy cansado de pedir a Dios y no me escucha.
_ ¿Cómo es eso? preguntó.
_ Tengo un vecino que odio, he rezado todos los días por siete semanas y todavía estoy esperando su mala hora, Dios no me ha escuchado. Si el día que yo muera me lo encuentro en el cielo, juro que no entro; no paso al reino celestial. Como es posible que tal víbora pueda un día estar allí ¡No hay justicia no hay verdad!
_ Tengo entendido, dijo el hombre, que al cielo solo entraran los mansos de corazón, y todo aquel que se arrepienta de las malas acciones, y resurja límpido de mente, cuerpo y alma de las redes psíquicas del mundo que azota y esclaviza.
_ ¡Dios no escucha, todo es mentira. Los pecadores deben morir! Exclamaba sin oír.
          De imprevisto se vio en el centro de un vallecito, allí estaba el Creador sentado en su trono, un ángel tocaba su trompeta, al lado un coro celestial pronunciaba: "los que estén libres de pecado vivirán". Vio una inmensa fila de personas, muchas de ellas conocidas por él o que de alguna manera u otra se habían relacionado. Uno a uno los vio morir. Cuando estuvo cerca del trono reconoció al hombre que momentos atrás le había hablado. Sintió que sus ojos ardían como dos brasas y su lengua exudaba un sabor amargo; como sudor de mula. Su frente ardía; llevaba marcada la palabra envidia, se juzgó pecador como todos los demás y sintió miedo de morir.
_ ¡No quiero morir, No quiero morir! ¡Reconozco mis pecados y mi necedad! comenzó a gritar rompiendo la cadena humana. 
          Se derrumbó en el suelo, sintió que lo zarandearon en los hombros. "despierte que le pasa". Escucho una voz profunda, envuelta en cadenas invisibles que lo ataban e impedía moverse. "Culpable, culpable" le gritaban los pecadores acercándosele con ojos acusadores. Respiro angustiadamente, lanzando un quejido lastimoso. Sintió que lo sacudieron nuevamente por los hombros, abrió los ojos y se encontró en su cuarto, acostado, con los brazos recogidos sobre el pecho y ambas piernas recogidas sobre el estómago. Al pie de la cama su mujer e hijos. Asustados por sus gritos y lamentos, lo veían extraño. El vecino lo tomo del brazo, mientras él se dejó conducir a la sala.
          Tembloroso y mirando hacia donde esta Dios, dijo:
_Padre nuestro, perdona nuestra ofensas.
 
  total 3151 visitantes¡Aqui en esta página! DERECHOS DE AUTOR: FLORENCIO J MALPICA H  
 
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